Una historia verdadera

Texto: Ercilia M. Perriere

“Una historia verdadera” (1999), se inicia con dos frases que nadie hubiera esperado encontrar juntas: “Walt Disney presenta”, seguido de “Una película de David Lynch”. Es un momento tan surrealista como cualquier otro en la carrera cinematográfica de Lynch. Sin embargo, en esta ocasión el director nos sorprende saliéndose de las turbulencias y extravagancias a las que nos tiene acostumbrados, para contarnos la odisea de Alvin Straight. La historia de un hombre común, que en 1994 se convertiría en noticia al embarcarse en un indescriptible viaje físico, moral y espiritual montado en su segadora a través de Iowa para visitar a su hermano enfermo en Zion, Wisconsin.

Lo mínimo como esencial se condensa en esta insólita “road movie” de línea fina que se adentra en la América profunda a 10 km por hora colmados de emociones. La complejidad no es la única vía para alcanzar el virtuosismo; Lynch nos demuestra con esta obra que desde la sencillez, en su máxima expresión, se puede ser magistral. Una historia cuyo ritmo se adapta perfectamente a la belleza sosegada de la vida rural, donde algunas personas todavía tienen tiempo para disfrutar de un cielo lleno de estrellas o de una tormenta refulgente de truenos y relámpagos.

Alvin Straight (Richard Farnworth) tiene 73 años, un enfisema pulmonar, problemas de visión y las caderas tan frágiles que está obligado a caminar con dos bastones. Él vive en Laurens, Iowa, con su hija Rose (Sissy Spacek), que tiene un pequeño retraso mental. Rose ocupa un lugar especial en su corazón. Años antes fue acusada injustamente de no ser una buena madre a causa de un desafortunado accidente, del que nada tenía que ver, y que finalmente el estado le retirara la custodia de sus cuatro hijos.

Cuando Alvin se entera de que su hermano Lyle (Harry Dean Staton) ha sufrido de un derrame cerebral, decide reencontrarse con él. Alvin se ha distanciado de Lyle durante diez años, pero ahora está dispuesto a tragarse su orgullo y hacer las paces con él.

Son más de 400 km los que lo distancian de su hermano, y llegar hasta él no será fácil. Como le han retirado el carnet de conducir, pero tampoco está dispuesto a encerrarse en un autobús ni aceptar la ayuda de otros, el único vehículo que le está legalmente permitido conducir es una cortadora de césped John Deere del año 1966. Y decide hacer su peregrinación con ella, a la que luego además prepara para el viaje colocando un remolque lleno de provisiones.

Se trata de un largo trayecto, mientras se dirige hacia el este por la ruta 18, en el camino se encuentra con una adolescente embarazada que ha perdido el rumbo, unos ciclistas, una mujer histérica que ha atropellado a un ciervo, un hombre veterano de la segunda Guerra Mundial y algunos ciudadanos de buen corazón de un pueblo, que le ofrecen refugio y comida cuando su cortacesped se rompe y tiene que ser reparado.

Alvin Straight lleva la terquedad y el pragmatismo como insignia de honor, un claro indicio de su fuerza luchadora. El profundo anhelo por reconciliarse con su hermano le da la energía y entereza que necesita para cumplir su misión.

El medio de transporte es la representación del tiempo, en su lento discurrir, siendo la meta el perdón, y las adversidades que surgen durante el viaje, se convierten en el mensaje del metraje.

Una reflexión sobre la familia, la juventud y las personas. Un canto a la tenacidad y sabiduría que uno puede lograr en la senectud, tras la experiencia de los años vividos.

Una historia verdadera es otro ejemplo de la increíble habilidad de David Lynch para conectarnos con lo extraordinario como lo hizo con “El hombre elefante”, “Terciopelo azul” o “Carretera perdida”, solo que esta vez lo que aquí ocurre no es raro, sino maravillosamente humano. Sin embargo el espíritu bizarro de Lynch se personaliza en ciertos personajes y situaciones inconexas, como la vecina gorda de Alvin que mientras se broncea en su hamaca come patatas fritas y pastelitos color rosa del mismo plato; los gemelos mecánicos que le arreglan la segadora;  o el simulacro de incendio de los bomberos. Lynch imprime su sello personal a una trama que en manos de otro director quizás se hubiera convertido en una sucesión de acontecimientos melodramáticos.

El guión fue escrito por John Roach y Mary Sweeney, y fue precisamente Mary (mujer de David Lynch y madre de su hijo), la que le dio a conocer la historia al realizador, quien además participó del montaje. La banda sonora a cargo de Angelo Badalamenti, nos mece con su melancolía mientras contemplamos los vastos maizales de la América agropecuaria, de la mano de una cálida fotografía que por momentos se parecen a lienzos minimalistas, una gran labor del director de fotografía Freddie Francis.

“La sensibilidad puede ser tan abstracta como la insensatez” David Lynch.

Una respuesta to “Una historia verdadera”

  1. A través del comentario , tan detallado , siento muchas ganas de verla, creo que no hay que perdérsela!!

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