Las Vampiras (Vampyros Lesbos)

las vampiras

Texto: Esteban Muñoz

En 1971, Jesús Franco fue públicamente señalado por el Vaticano como el cineasta «más peligroso», junto con Luis Buñuel. Hecho este que, según relató el propio Jesús Franco hace unos años durante un coloquio en el programa televisivo Versión Española, le ayudó a granjearse la amistad del autor de Viridiana. Más allá de su escaso respeto por las instituciones eclesiásticas, ambos tenían en común una gran afición por las obras del Marqués de Sade y, por consiguiente, gustaban de airear en la gran pantalla las perversiones de ese extraño animal llamado ser humano. Solo que el tío Jess era mucho, pero que mucho, más explícito que don Luis.

El día que los censores tardofranquistas recibían una película de Jesús Franco para dar el visto bueno o los necesarios tijeretazos, ese día había que echar horas extras en la oficina. Fue el caso de Las Vampiras (cuyo nombre original, también censurado, era Vampyros Lesbos). Tantos pespuntes recibió la cinta que el argumento apareció desdibujado, incoherente, en su reducidísima versión final.

A pesar de que la violencia aparece bastante más soterrada que en otros filmes de Franco, el lesbianismo y la voracidad sexual de la protagonista de Las Vampiras (1971), la Condesa Nadine Carody (Soledad Miranda) difícilmente puede ser más obvio. Difícil empresa la de los censores de ocultar lo imposible.

No tanto basada en Carmilla (mito vampírico femenino por antonomasia, al que la productora Hammer había recurrido con fruición durante esos mismos años), como en Drácula (de hecho, Jesús Franco acababa de rodar una más que apañada versión del vampiro de Bram Stoker), Las Vampiras ha adquirido un estatus de culto por varios motivos. En primer lugar por su malditismo. La censura (no solo la española) cortó y recortó a placer, lo que generó numerosas versiones de la cinta y la consecuente mistificación en torno a cómo sería el montaje original.

En segundo lugar, por su banda sonora. Compuesta por el propio Jesús Franco (con la asistencia de varios músicos alemanes), los ronroneos de jazz psicotrópico que acompañan a las orgías psicosexuales de la Condesa Nadine arrasó en las listas de éxitos alternativos a mediados de la década de los 90. Incluso Quentin Tarantino incluyó fragmentos en su Jackie Brown (1997).

Y en tercer lugar, por Soledad Miranda. No importa lo inconexa que pueda resultar Las Vampiras (incluso en su versión restaurada el montaje es atroz), los absurdos giros de guión, la torpe y cansina simbología, los cutres escenarios y un largo etcétera. Bella, enigmática y feroz, la sola presencia de Soledad Miranda redime la cinta. La actuación de la actriz sevillana transmite una irresistible mezcla de seducción y fatalidad que deja huella o, mejor dicho, agujeros de colmillo en el espectador.

El mérito es doble, ya que la majestuosidad felina de Soledad Miranda no se resiente ni siquiera en unos escenarios en las antípodas de lo vampírico (aquí no hay decadentes castillos medievales ni relojes de bolsillo victorianos, sino puticlubs de pueblo, playita mediterránea y atrezzo de hostal de una estrella).

Por cierto, que Jesús Franco, no contento con escribir, dirigir y componer la banda sonora, también tiene un pequeño papel en Las Vampiras como sádico asesino de mujeres, de pintas quasimodianas y villanía exacerbada. Papel que, además, repetirá con una insistencia patológica en futuros filmes. No, si al final va a resultar que tenía razón el Vaticano.

Deja un comentario